Parece ser que la anécdota la cuenta Solzhenitsyn en 'Archipiélago Gulag', aunque yo la conocí por 'Koba el Temible', de Martin Amis. El caso es ... que en una reunión del Partido Comunista celebrada en 1937 en un distrito de Moscú, el secretario local pidió a los asistentes cerrar la sesión con un aplauso para Stalin. Como un solo hombre, todos se pusieron en pie y comenzaron a ovacionar al líder. El problema surgió cuando nadie se animó a poner fin al aplauso. Sólo transcurridos once minutos, el director de una fábrica dejó de aplaudir y se sentó, siendo imitado en el acto por todos los presentes. El hombre fue arrestado y condenado a diez años de prisión.

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También duró once minutos el aplauso que Cannes dedicó a 'Romería', de Carla Simón. Hasta la revista Variety ha incluido en el titular de sus reseñas de las películas el minutaje de la 'standing ovation' que recibieron. A diferencia de la crítica, sometida a los engorros del razonamiento y la argumentación, el aplauso no requiere de grandes conocimientos, es democrático porque está al alcance de cualquiera. Supone el triunfo de la emoción sobre la erudición. La criptomoneda del criterio. Basta comprobar la reacción en las butacas para adscribirse al sentir mayoritario, lo que se conoce como «el lado bueno de la Historia».

Quizás se acerque el momento de sustituir al crítico cinematográfico por el experto en ovaciones: «Si en su anterior película ya cosechó encendidos aplausos, en su nueva obra ha logrado una ovación de enorme calidad». Todo esto ayudaría a que gustos de crítica y público hicieran por fin síntesis y los enviados especiales a los festivales se libraran del 'Gulag digital': «¡Vaya crítico que tienen! Ya he anulado mi suscripción».

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